ISBN:84-604-92-54-0
PRÓLOGO DE RETAZOS DE LA HISTORIA, DE CURRO GADELLA, LOCUTOR DE RADIO CIUDAD DE BADALONA.
“Que grato es encontrar de pronto -después de haber leído tanto bodrio literario- un trabajo que despierte, de nuevo, mi afán por la lectura. Proclamo aquí esa suerte , que espero compartir con otros -como yo, afortunados-, de echar la vista sobre estos RETAZOS DE LA HISTORIA, que, tan amenamente, su autora nos describe casi de forma telegráfica.
Veintidós narraciones ocupan estas páginas, llenas de imaginación, narradas de un modo magistral y sazonadas con la ironía necesaria que mantiene despierta la apetencia de seguir su lectura, sin tiempo de aburrirnos ni cansarnos.
Leer a Montserrat Rico Góngora es como pasear del brazo de la historia, cual si doncella fuera que invite a desnudarla; como jugar a la rayuela saltando de un cuadro a otro, con la emoción de no pisar al raya, hasta alcanzar el premio del último capítulo. Su erudición -fuera de toda duda- le permite amalgamar figuras que sólo pueden construir los elegidos, en un alarde de síntesis, que nada más que una intuición literaria como la suya puede armonizar , siempre con el ritmo preciso, siempre provocando el interés. Si de la historia se trata, nos descubre en sus recreaciones matices y ocurridos que nunca habíamos pensado que así pudieras ser; si en lo contemporáneo, nos trae a la memoria momentos que en su pluma recobran la vigencia y nos devuelve frescos motivos y recuerdos, que avivan la emoción de nuestros pulsos.
RETAZOS DE LA HISTORIA, son relatos deliciosos que lo mismo nos arrancan la sonrisa de los labios, que nos clavan el alma de dolor. Crónicas en prosa rebosadas de un fondo poético, que denuncian el sentimiento lírico que subyace en el alma de la autora.
Extractando título a título, me permito aquí incluir, una leve insinuación de lo que en éstos -según mi punto de ver- encontraréis:
El Seiscientos. Primer moblet rodante que, en este país nuestro, puso de moda en amor en carretera. Lujo y símbolo de una época plagada de miserias, físicas y de las otras, que encima, con amor, aún hoy recordamos.
Siesta sí, gracias. Heredada costumbre, cultura de un pueblo que bien ganada se la tiene y que, pese a quien pese, sin rubor espera seguirla disfrutando.
Pasaje de ida. Descripción exacta de un tiempo abominable, de trasiegos humanos y transformaciones de barrios, que convertidos fueron en hormigueros urgentes de lenguas y culturas.
Castilla, sombra y luz de un imperio. Repaso de una vasta historia -tan brillante como oscura- de la que sólo queda la riqueza de su lengua y sus castillos, habitados hoy de olvido y salamandras
En busca del tiempo perdido. Donde la autora acude a buscar sus raíces, y fue a encontrar, sino palomas, sí un corazón entre las piedras.
La radio. Que frente a otros medios, aún permite mantener el encanto de la insinuación, no del todo revelada.
Jaque a la historia. Nos cuenta el feliz, pero discutido momento de los primeros trenes, evocando guerras y temores de un futuro incierto.
El Orinal. Útil cuya invención llevó “de culo” a algunos personaje que su vida consagraron a la más depurada perfección del susodicho invento.
Evolución del orinal. Nos hace saber al grito de:¡Agua va!... ventajas y algunas desventajas de vasija tan antigua, como cercana en el tiempo -obvio es decir, que aún se utiliza-.
Tipos de orinal. Irónico juicio de las clases sociales, y de los distintos modelos de artesanal formato, según a quien se hubiera destinado.
La máquina de afeitar. Nacida al parecer por al necesidad de un rey de preservar su Estado, sin conseguir ni yerno, ni nieto, logrando nada más la suerte del invento.
Radiografía de una barba. Pocas cosas de ella quedaron por decir, acaso que algunas, por pereza, no fueron afeitadas, o que no pocas sirven para cubrir rostros no muy favorecidos.
Barbudos célebres. E ilustres los aquí citados y que, según la autora, no fueron tal como nos habían contado.
El elixir del amor. Problema no resuelto, que puso en evidencia a aquellos “boticarios” que tanto se esforzaron para después oír: “A mí qué, yo soy músico”
El amor. Repaso justo, del que no escaparon mitos, dioses y osados burladores, que en estos días, tal vez, no rascaran bola, que de morder anzuelos andamos resabiados.
Lo que acaeció en una noche de verano, en un jardín de Verona. Resumen de una historia que bien pudo ser así, y no como en el mundo ha sido conocida. La increíble historia de la lámpara. Gracias a la cual sabemos que Aladino y Edison llegaron a encontrarse, gracias al genio y al milagro de la luz.
La Luz. Se hizo en Haro, y se brindó por ello con Rioja, quedando el jerez el cava y la zarzaparrilla para otras ocasiones, que al menos esta vez pasaron por el: “Haro”.
El enchufe. Demostrado queda que es mucho más antiguo que la luz, y ya se usaba en tiempos de tinieblas, y que también entonces era digital.
Elegia. Recreación sobre el poema a Ramón Sijé, trasladado al monstruo insatisfecho de Hacienda, que nunca fue querida ni buena compañera.
El impuesto se define. Acertado diagnóstico de una enfermedad creciente, que irrita a los “Sobrados” y asfixia a los “Escasos”.
Las cinco gallinas de un pícaro. Viene a demostrarnos que contra injustas leyes, justas pillerías, de las que hizo uso un pícaro obligado.
Escaso resumen éste, de un trabajo, sin duda, mucho más importante que, de todo a todo, merece ser leído y bien reflexionado, ya que quizá puedan extraer otras conclusiones, que por mí no fueron advertidas.
Fue por el verano de 1992 cuando nos conocimos, Alguien me habló de ella, recomendándome su comparecencia en el programa de radio que hoy sigo presentando. Experiencias anteriores me recomendaban no andar con ligereza, decidiendo esperar -sin compromiso alguno-, a conocer algo de su obra, antes de brindarle los micrófonos y el tiempo merecido ante los mismos. Poco tiempo pasó hasta conocer parte de su conferencia, que había pronunciado muy reciente en un centro cultural (Castilla- La Mancha). Fue suficiente su estilo distinto, me cautivó, la llamé, acudió a mi programa. ¡Fue todo un hallazgo! Sonaron los teléfonos alabando su talento, admirando su obra, agradeciendo su presencia y la dulzura sin par de su palabra.
Nos hicimos amigos. Fui conociendo su trabajo, por el que pronto me sentí prendido. Hoy quiero darte las gracias MONTSE , por brindarme tu amistad, por permitir que este prólogo abra las puertas de esta tu primera obra publicada que, a su vez, otras puertas te abrirá -estoy seguro-. Que tus RETAZOS DE LA HISTORIA tan sólo son el principio de un venturoso futuro literario que tú MONTSERRAT RICO GÓNGORA, sin duda lograrás.
EL SEISCIENTOS
Cuando irrumpió el Seiscientos en nuestras vidas aún quedaba la lejana congoja de haber sido desheredados del “Plan Marshall”.
Era de un color verde aceituna, con una tapicería negra que resudaba en verano al contacto con la piel y resultaba sumamente fría en invierno. Su presencia sirvió para establecer la primeras jerarquías entre los españoles de a pie.
Tenía una estampa graciosa, de formas redondeadas y contoneos torpes, y sus puertas , a quienes hoy están avezados en el análisis de detalles y prestaciones, les diré que se abrían en sentido opuesto a como lo hacen hoy las de los nuevos modelos, pero, resultaba entonces tan novedoso que, nadie osó hacer uso de su imaginativa para saber qué le faltaba o sobraba, en el fondo porque a pesar de su reducido espacio interior, de sus incómodos respaldos no abatibles y de la siempre enojosa palanca de cambio -que aparecía donde menos se la necesitaba- sirvió para proyectar a muchos españolitos en el catastro de nacimientos.
Fue en realidad un estandarte que auguró los buenos tiempos. Atrás quedaban los piojos de dos décadas, las cartillas de racionamiento, el estraperlo y la comida a rancho que ofrecían algunos cuarteles de guarnición alemana.
El Seiscientos llegó en la época en que los mocosos de la escuela rezaban con pícara devoción y sentían en la cerviz el golpe de vara de un profesor decrépito , que entonaba la lección con sonsonete y obligaba a celebrar con obstinado boato y flores frescas el día de la Virgen cada trece de mayo.
No fue, ni mucho menos, la revelación de Fátima, pero, sí actuó , milagrosamente, en el ánimo de un país que ahíto de la compasión ajena se desperezaba de un largo sueño.
Algunos años más tarde, el viejo Seiscientos comenzó a dejar oír su carraspeo de enfermo crónico, pero tuvo siempre el galanteo de no dejarnos tirados a mitad de camino y con un espíritu de buen español, paciente y solidario, sacó del apuro a más de una partera a quien condujo al hospital más próximo, sin comprometerse al padrinazgo. En los últimos años de vida le costó superar la vertiente de la calle, no sólo porque la siempre apurada economía familiar le negaba el remedio, sino porque llegó con el tiempo a tener su corazoncito y entendió, dolorosamente, que ya no podía competir con los últimos modelos que lo adelantaban en la calzada.
Un día, en el noble rinconcito donde siempre halló un lugar para ser aparcado, se jubiló. Lo hizo con dignidad, irrigado por la gasolina de su tanque de combustible roto, y, con una extraña sensación de culpabilidad, se estremecieron sus bujías y sollozó el carburador. A papá se le vio al borde de la congoja, pero resistió estoico los embates de la melancolía, el mecánico había llegado extremadamente tarde para salvarle la vida. “¡Ya compraremos otro!”, exclamó mamá, lejos de entender que, a veces, las cosas se paren a sí mismas en un intento desesperado por tener como los humanos sentimientos. Nadie lo oyó suspirar, pero el viejo Seiscientos, en un estado de catalepsia, asistió a su propio entierro. Maniatado por al nostalgia papá se negó a venderlo, o a entregarlo como entrada a cambio de un coche nuevo, con prestaciones futuristas y tornasoles rutilantes. Quería guardar la reliquia como un recuerdo familiar y por algunas semanas lo contempló desde la ventana, tomando el solecito del mediodía y el relente de la noche en su silencio estremecedor. Luego, llegaron los chiquillos y acabaron en sus juegos reventado los cristales a pedradas, blandieron como espadas los limpiaparabrisas, pincharon sus ruedas y le sometieron a toda clase de humillaciones, ajenos al drama que consumía a un héroe de la patria.
El viejo Seiscientos fue a parar a un cementerio de hierros, entre lavadoras semiautomáticas y cocinas de porcelana desconchadas, hasta que un día las fauces poderosas de una prensa lo convirtieron en un metro cúbico de acero moteado en verde. En algún lugar, latía su corazón.
(Extraído de RETAZOS DE LA HISTORIA)
PRÓLOGO DE LA ROSA DE LOS VIENTOS, DE ANTONIO SOLÁ, EL QUE FUE LOCUTOR Y COMPAÑERO DE MARI SANTPERE EN LA RADIO NOVELA CÓMICA .
Me preguntó Montse si podía prologar su recopilación poética.
Orgulloso yo me pregunté...¿por qué a mí?
Las personas nos agrupamos por el grado de sensibilidad que respiramos y
así formamos grupos compactos que nos diferencian a unos de otros.
Montse es una mujer con una sensibilidad extraordinaria que podréis
captar a través de la lectura de cualquiera de sus poemas.
A las personas que nos une el grupo “S” de sensibilidad y que no
comulgamos con los del grupo “P” de prosaico, nos ocurren muchas
vicisitudes, pero también experimentamos grandes satisfacciones.
Por mucho que corten las flores, jamás impedirán que llegue la primavera.
Humildemente, Montse:tus poemas no son el fruto del desamor, sino de un
“no sé por qué”, que luego resumes en conclusiones positivas y aleccionadoras,
que nos ayudan a vivir en busca de la felicidad.
Dices que: LA ROSA DE LOS VIENTOS es un manual intimista; un punto de
referencia, en la búsqueda de nuestro propio Norte; un instrumento, a la
antigua usanza, que nos permita llegar a buen puerto, siendo marinos
desheredados por las modas de toda sensibilidad poética.
Te dieron vida un 7 de septiembre de 1964 en un ascensor. ¡Qué envidia
me das! Subiendo y bajando, oxigenando tu mente con el cambio de rellano,
así te comportas, extroviertes tus pensamientos que son bálsamo para el
espíritu.
En su tarjeta de visita , Montse, imprime:”Guionista de radio,
conferenciante, Artículos periodísticos, literarios, etc, y en este etcétera está su
vida preñada de amor, de amistad.
amores a medias me matan,
como te matan a ti ,
aunque lo niegue tu calma.
Actores de la vida hemos sido,
pero la vida se acaba,
cuando es el maldito orgullo
el que esquilma la palabra
y deja que el sentimiento
se te ahogue en las entrañas.
¿Por qué tengo que fingir...?,
si conoces mis defectos,
¿Por qué tengo que rezar?,
si no conozco más rezo
que la alocada palabra
que al labio aflora en el miedo.
No te diré más lo mucho que te aprecio, pero sí una frase del maestro Rabindranath Tagore que aprendí cuando era niño y que marcó en buena parte mi vida.
No llores si has perdido el sol,
las lágrimas te impedirán ver las estrellas.
SE NOS LLEVARON LA CAMA
Sabes mujer,
se nos llevaron la cama,
la vi como la arrastraban
los camiones de mudanzas.,
ahora ha quedado la alcoba,
tan sólo, con su ventana
y los ojos medio vueltos
al espacio que ocupaba.
En ella saltaron los hijos,
para alegrar las mañanas
y ante mí te ofreciste
como virgen estrenada.
En esa cama, amor mío,
aguardábamos el alba,
prolongando nuestros sueños
tan sólo con la palabra.
Si en su mullido colchón
se escribieron las mil páginas
comunes de nuestra historia,
¿por qué tengo que olvidarla?,
si aunque sé que ya no estás
la presencia de esa cama
me devuelve a aquellos días
en que no teníamos nada,
sino amor y juventud
y una vida para andarla
y las noches a manojos
nos corrían por las sábanas.
Si en esa cama te quise,
sin más fortuna, que cama,
besos, amor y ternura,
¿por qué tengo que olvidarla?,
si en ella se escapó tu vida,
sin que pudiera hacer nada
y te vi empalidecer
entre una lluvia de escarcha.
¡Pero dime, mujer!
¿por qué tengo que olvidarla?
Ahora que es trasto viejo
y desentona en la casa
la arrojan a un muladar,
zaherida y maltratada.
No será más que tea
para avivar unas ascuas
y el recuerdo que prendió
mi pasión arrebatada.
Sabes, mujer,
se nos llevaron la cama,
hoy la siento desplomarse,
en los rincones del alma.
(Extraído de LA ROSA DE LOS VIENTOS)